Últimamente no pienso mucho. Nunca he sido un gran pensador, pero al menos me esforzaba. Por ejemplo, si hacía un poema y la coma era inasible, luchabas contra ella como contra el abre fácil del paquete de jamón de york. La coma se anquilosaba al final del verso, y con la puntita de la uña empezabas a hurgarla, intentando que se despegara del lugar donde te declaraba la guerra. Pero sólo lo hacía lo justo para, a la siguiente palanca que hicieras, desaparecer. Entonces la única solución era acudir al tajo, despedazar la pieza entera para poder degustar debidamente el sabor del poema. Luego, en la cama pensabas durante dos horas, quizás tres, en cómo ubicarla debidamente para no tener que acudir a esos destrozos. Yo creo que alguien se puede volver loco con una coma.
La coma era parte de tu lenguaje interno, aquél que sólo entendías tú y querías hacer llegar a una decena de lectores. Te peleabas con ella porque no sabías comunicarte contigo mismo, y eso es dañino. No poder comunicarte con otras personas es arduo, pero no requiere mucho pensamiento, lo dejas ir. <<Ya nos entenderemos>>, piensas. Por eso os decía que últimamente no pienso mucho. En clases de alemán somos dos sudaneses, una eslovaca, dos polacos, un armenio, una rusa, una griega, un turco, un marroquí y yo. Cuando alguien intenta decirle algo a otro, el otro adquiere la expresión de un soldado en plena batalla al que su compañero le dicta las coordenadas por donde moverse, pero que no oye por el ruido de los explosivos. Salvo con la chica griega, con la que de vez en cuando chapurreo el inglés, con los demás me limito a sonreír de la manera más bondadosa que puedo. Me da mucho respeto la situación de cada uno de ellos. Del chico sudanés me imagino el achaque de su travesía. Seguramente haya estado en muchos lugares antes que Alemania. Es tímido y no se entera de nada. Cada vez que salimos a fumar se acerca a mí, me ofrece papel e intenta entablar conversación con algo de inglés. Yo le sonrío, es la única forma que tengo de decirle que estoy con él, que intentaría ayudarlo en todo lo que necesitara. De la Rusa me pregunto si conoce a Dostoievski o a Chéjov.
Pero aunque queramos mostrar suavidad en los gestos, la violencia acude a ti a la que cambias una d por una t en la pronunciación. Es una violencia masticada, de muchos días atrás. Asientes con la cabeza y el rostro serio. Intentas dejarla pasar, pero vuelve al otro día y al otro. El turco te pide el bolígrafo, te envalentonas y le contestas en alemán que sólo tienes un bolígrafo. Él mira a su colega marroquí, con el que habla en sabrá Dios qué lengua y ambos empiezan a reírse. Te dan ganas de ser Joe Pesci en Casino y comenzar a reírte con ellos, para aumentarle el volumen de sus carcajadas, para que vean que estás con ellos y cojan confianza. Y cuando el descojone alcance su momento más lúcido, agarrarle la mano, apretársela contra el pupitre y asestarle tres cuchilladas con el dichoso bolígrafo. También te dan ganas de ser Unamuno cuando ofrecía una conferencia y dijo Shakespeare tal como suena en español. Un oyente, queriendo quizás que el auditorio supiera que tenía algunos conocimientos del idioma anglosajón, le corrigió, y le dijo que no se pronunciaba Shakespeare, que se pronunciaba Shekspir. Unamuno miró a los presentes, asintió, y siguió su conferencia explicándola en perfecto inglés. Pero claro, nunca serás Unamuno.  

Foto: Joe Pesci.