Paco estaba borracho y yo le iba a la caza. Era uno de esos días en los que no había ocurrido nada, de esos días en los que la botella aparece como un consuelo. En la calle había mucha gente porque se celebraba una feria o algo así, después de tres chupitos de Jägermeister era imposible recordar qué nos había llevado a tal estado. Paco fue a mear, lo recuerdo nervioso, pero más nervioso lo recuerdo a la vuelta, cuando se acercó rápido hacia a mí, me agarró por los hombros y me dijo: <<Estaba meando y había una mierda en el suelo, le he disparado con el pis hasta que la he deshecho. Qué estúpido soy, Abraham, podría estar toda la vida en esa situación>>.
Lo cierto es que no me pareció estúpido. De hecho, me pareció alcanzar una lucidez sorprendente con aquel testimonio. La lucidez es una virtud exclusiva a las cosas que parecen estúpidas, es una chispa de la que sólo pueden dotarse personas como Paco y como las madres. Mi madre era capaz, con una pregunta, de cambiarme todas las intenciones. Por las tardes siempre me preguntaba <<Abraham, ¿quieres un bocadillo?>>, <<No me apetece mamá>>, respondía yo para que me dejara en paz, <<no te va a apetecer>>, ordenaba mi madre, y a los dos segundos incrustaba entre mis manos un enorme bocadillo de nocilla. Todas las tardes era capaz de engañarme con la misma pregunta.
En realidad, aspiramos a ser personas con ocurrencias estúpidas repletas de lucidez. A ser, en definitiva, como mi amigo Paco, las madres o como Louie, el personaje de la serie de televisión creado por el humorista Louie C. K. Intuimos que es un personaje inspirado en él mismo, pero eso carece de importancia. Louie ofrece todos los rasgos que sospechamos nos harán miserables cumplida la cuarentena. Y eso es lo que nos gusta. Humorista, divorciado y con dos hijas, el personaje destripa la sociedad americana y la estupidez humana con más estupidez. He de reconocer que no he terminado la primera temporada, pero no importa, desde su primera frase <<tengo 41 y soy soltero. En realidad, no estoy soltero, solamente estoy solo>>, uno adivina que se encuentra ante un personaje que te va a narrar todas las circunstancias más insignificantes -que son las más geniales- en las que uno se puede encontrar.
<<Es que en los capítulos no ocurre nunca nada>>, comentan algunos. Qué más da lo que ocurra, ¿acaso en nuestras vidas ocurren cosas?, ¿alguien considera mayor acontecimiento ser Enoch Thompson que ser un cuarentón cualquiera que tiene miedo al dentista, que es depresivo cuando no están sus hijas o que busca a un amor de la infancia con la que tuvo una relación fallida? Louie, en cada frase que exhala, nos invita a reflexionar sobre los problemas cotidianos, como el funcionamiento de los aeropuertos, la educación de los hijos o la religión. Todo ese contenido está inmerso en la serie. No es sólo que el personaje hable de cosas estúpidas, es que ocurren muchas cosas.
Aparte, Louie nos lanza a las partes sombrías de nuestro salón con un existencialismo duro. Detrás de cada carcajada hay un punto de patada en los costados, de mueca resignada. Todos sabemos que esto es una carrera cuesta abajo y Louie nos lo desgrana, a través de la risa, para que no nos quepa ya ninguna duda. No voy a descubriros nada nuevo, puesto que la serie se emite desde 2010 y yo acabo de empezarla, pero os invito a que la desmenucéis tan tarde como yo lo he hecho, porque es una de las imprescindibles. Recuerdo que hace poco mi hermana me dijo que tenía mucha barriga. Yo, que ya había empezado a ver la serie, pensé en contestarle con lucidez aplastante, pero como ni soy mi amigo Paco ni una madre, sólo pude acordarme de Louie, cuando en unos de sus monólogos dice: <<Nunca me acosté con alguien por mi apariencia, en toda mi vida. Lo sé, nunca gané nada por mi apariencia. No dices: “La estoy perdiendo, ¿qué voy a hacer ahora? Nunca me dio ventaja en la vida>>. ¿No es genial? A todos nos gustaría ser Louie.   

Foto: Louie