A mi amigo Chiqui
Mientras otras ciudades, desde
principios de septiembre, acarician con desgana la manta otoñal con
que este mes las envuelve, en nuestra ciudad, Arcos de la Frontera,
aún contemplamos el trasero del verano que colea como el rabo de un
perro. Alargamos de manera natural el estío, con la misma sencillez
y espontaneidad con que una bailarina sonríe mientras baila con la
punta del pie. Si Juan Carlos Aragón hubiera nacido en Arcos de la
Frontera, no habría podido escribir “Septiembre es el llanto de
un mes / de un verano después / de un amor que se ha ido”, o
el mismo Juan Bonilla tampoco podría haber finalizado su poema
Muchachas de septiembre con
los versos “sabremos que el hastío ha vuelto a
derrotarnos, / sabremos que perdimos otro verano más. / Que nos ganó
la vida una trivial batalla”,
simplemente, porque no existe el espacio-tiempo fin de verano en
nuestro septiembre. Si argumentáramos esto a cualquier amigo de otro
lugar del mundo, éste se extrañaría, y sin duda alguna pediría
las causas, los motivos por los cuales este suceso. Nosotros,
acostumbrados a la sorpresa ante tal singularidad, sentenciaríamos:
En Arcos no termina el verano hasta que no termina la Feria.
La
Feria de San Miguel es nuestro escudo, el parapeto con el que nos
defendemos de la pronta llegada del otoño. Aún nos quedan fuerzas
en septiembre para ir a
la playa, siempre con la excusa en la boca de que hay que estar
morenos para la feria. Además, en
septiembre también guardamos
argumentos suficientes para dejar las tareas
inútiles para otro momento, porque si
cualquier ciudadano posterga sus promesas para año nuevo, el arcense
lo hace para después de Feria. Quiero decir, que un arcense va a
empezar a estudiar las oposiciones después de Feria, va a ir al
gimnasio después de Feria y va a empezar la dieta después de Feria.
Así pues, queridos, ¿no es
la Feria de San Miguel
una seña intrínseca del
arcense?, ¿no es la festividad más limpia -con
limpia me refiero a libre de cualquier convención social-
que tenemos?, ¿acaso importa algo en Feria, acaso no bailamos con la
misma efusividad sevillanas de Los del Río que canciones de Duncan
Dhu, Los Chanclas o Don Omar? Yo
os digo: Bienaventurada
la Feria porque hace que nos riamos , Bienaventurados aquellos que
bajan a la Feria, que viven la Feria, que no traicionan nuestro
emblema contra las garras oscuras del otoño por disfrutar de un todo
incluido.
A
veces no he podido estar en
Feria. En esas ocasiones sólo he pedido una cosa a mis amigos: que
me envíen una foto bebiendo Tío Pepe.
Mis amigos, sabedores de la importancia del Tío Pepe
en Feria, nunca me faltaron. Porque esa es otra, los ritos y
las bandas sonoras que se repiten año tras año con los amigos: el
día tal que reservas para almorzar con ellos, la tarde cual en la
que vas a ver un concierto con ellos, la noche en
la que terminas a grito pelado cantando Maradó, Maradó
con ellos,siempre con ellos, con los que permanecen todo el año en
el pueblo y con los que vienen exclusivamente para esa fecha, la
Feria de San Miguel, a
finales de septiembre,
marcada en el calendario como
cita ineludible para la amistad. Porque de eso se trata, de la
amistad. “La amistad es dos hombres / que vuelven
de la feria, o de la vida, / (que vuelven de la feria que es la vida)
/ hermanados, riéndose, llorando / con los brazos al hombro
y los ternos sucios, dicen unos
versos de Pedro Sevilla. Hagámosle
caso, pues, ensuciemos nuestros zapatos de albero y celebremos la
amistad en la Feria, la Feria de San Miguel, a finales de septiembre,
ya saben, el auxilio del arcense contra las zarpas sombrías del
otoño.