Hay personas que nacemos predestinadas al aburrimiento. La sombra del tedio, que yo imagino que nace de los glaciares, es capaz de extenderse hasta el insomnio. Uno realiza mil tareas para combatirlo, como planchar a las tres de la madrugada, o ir a mear cada dos minutos, o pelar cebollas para el almuerzo del día siguiente, o doblar calcetines, tareas, que en definitiva, no son más que una llamada de socorro. En ese instante en el que crees que has hecho más cosas durante el día de las que se establecen como obligatorias, te das cuenta de que aún te ha sobrado tiempo para aburrirte. Es cuando quieres bajar a una cabina y llamar al 1004, como cuando eras pequeño y te habías cansado de ser feliz, e ibas con un amigo tuyo a una cabina y lo marcabas: <<¿Qué número de teléfono desea solicitar?>>, te preguntaba el contestador. Tú elegías al azar <<Enrique Ballano Matasuegras>>, nombre que el contestador daba como existente y al que llamabas acto seguido. <<¿Sí, dígame?>>, <<Enrique, eres un hijo de puta>>, y colgabas.
Al aburrimiento se le acuchilla mediante llamadas. Me causan asombro las personas que tienen la capacidad de llamarte por cualquier cosa, como los amigos que te llaman porque no saben si dejar a su novia. Yo, en cambio, sólo llamo a mi madre cuando la necesidad me urge, cuando no encuentro el cinturón del pantalón o no sé qué hacerme de comer. Otro caso bien distinto es que te llame tu madre a ti, seguramente al otro lado del teléfono la cólera dará arañazos en tu oreja. Un día, a mi amigo lo llamó su madre. Mi amigo, como todos los sábados a las doce de la noche, estaba borracho. Cuando llegó a su casa, su madre le dijo que su abuela había fallecido. Mi amigo no sabía muy bien qué había oído, porque algo se le acumulaba en la garganta, así que giró la cabeza a la izquierda y vomitó en la pared, su madre comenzó a gritar, así que mi amigo giró la cabeza a la derecha y vomitó en el sofá. Su madre gritó más alto y comenzó a hacerle preguntas a modo de lamentos, a lo que mi amigo contestó: <<joder, mamá, qué pesada eres, pareces la madre de Tony Soprano>>, y se desplomó en el sofá con todo el peso de la borrachera. Hay llamadas que están hechas a deshoras.
Precisamente, en hacer llamadas a deshoras es en lo que pienso cuando el aburrimiento ha allanado las paredes del salón por la madrugada. Piensas en pertenecer a la banda de Las Musarañas, como en el relato de Juan Bonilla titulado así, Las musarañas, en el que un hombre no puede dormir porque un día otro hombre que no podía dormir lo llamó de madrugada. El hombre que llamaba le explicaba que llevaba seis meses sin dormir, y que para combatir el aburrimiento abría la guía de teléfonos y telefoneaba a la gente. También le explicaba que quería fundar una banda de insomnes que se encargara de mantener constantemente la ciudad despierta. Una llamada fortuita, intempestiva, es capaz de arrastrar a otra persona al desierto de horror que es el insomnio. 
Yo en Alemania no entiendo la guía de teléfonos. Tampoco sé alemán, así que si se diera el caso de poder llamar no podría hablar con mucha gente. Aunque en el sitio donde vivo, hay otros seres a los que el aburrimiento los trasquila. Mi casa está en una urbanización tranquila de un pueblo tranquilo a las afueras de Hanóver. También está dentro de un geriátrico. Todos mis vecinos son personas mayores que tiran del aburrimiento como de su silla de ruedas. Por las noches, en las que pasa un coche a cada hora, suele ser habitual oír la voz de un hombre, que busca respuestas, pero que no recibe más que el silencio y si acaso el eco que haga su voz. Ese hombre pregunta todos los días a Marian por su esposa. Marian le tiene que decir que su esposa está muerta, y él le dice que tiene que avisar a sus hijos, y Marian le responde que sus hijos ya lo saben. Hallo!, hallo!, hallo!, grita el hombre la mayoría de las noches. A lo mejor llama a su mujer, o a lo mejor llama a la banda de Las Musarañas, aunque creo que espera que al otro lado conteste la muerte. 

Foto: Los Soprano