La otra noche vi la película más disparatada y divertida que haya visto jamás. Otras veces no he corrido tanta suerte, sobre todo cuando no he tenido internet y he tenido que soportar, mientras veía la televisión, las estupideces que en ella acaecen. En realidad no veía la tele, apartaba canales de mi vista, porque cuando intentaba ver algo se sucedían unas detrás de otras unas situaciones ridículas, a cual más, la mayoría de ellas protagonizadas por seres deleznables a los que las audiencias convierten en los dueños de la sociedad. Ponía un canal y me contaban que un hombre había gaseado su casa con su hija y su mujer dentro, cerraba mi ojo izquierdo, desenfundaba mi mando a distancia, apuntaba y apretaba el botón de siguiente. Mientras ejecutaba el acto, la onomatopeya, <<¡pum!>>. La pantalla me enseñaba a Mariló Montero, <<¡pum!>>, Manolo Lama, <<¡pum!>>, Risto Mejide, <<¡pum!>>; y así sucesivamente. Pues eso es God bless America, la película de la que os hablaba, un hombre harto de las sandeces de la sociedad -sociedad es casi sinónimo de televisión- acompañado de una dulce niña que decide tomarse la revancha como le viene en gana. Eso sí, sus <<¡pum!>> huelen a pólvora.
La sociedad se ha convertido en un reality vomitivo. Mucha gente cree que el fútbol vive al margen de ella, pero nada más lejos de la realidad. La liga BBVA se ha transformado en los últimos años en un reality absurdo en el que el espectador sabe de antemano cuáles serán los que se disputarán el premio final sin que haya competencia alguna. Como las televisiones saben que en este país la mayoría de las personas es del Barça o del Real Madrid, ocupan gran tiempo de los telediarios al deporte. Pero no crean que hablan de deporte, ni mucho menos, sus agotadores minutos versan sobre si un jugador lanza una pulla a otro por twitter, o de si en Barcelona hay madriditis o en Madrid barcelonitis. A uno le dan ganas de liarse a tiros con esas discusiones. Por suerte, no soy el único que piensa lo mismo. Es más, uno de los segundones de ese circo, al que la televisión y prensa deportiva ignoran, se ha levantado en armas, y anda dando tiros allá en los campos de fútbol por donde va.
A Frank Murdoch, el protagonista de God bless America, lo mueven la desgracia y la tristeza. De eso el Atleti sabe mucho. Hastiado de tanta fatalidad, el equipo colchonero dirige su propia película, de la que muchos llevan pronosticando el the end desde octubre, pero que está escrita sin fisuras y dirigida con mano de hierro por un director de lujo, el Cholo Simeone, al que su reparto venera y hace caso de cada coma y de cada punto y a parte que les dicta. De entre sus doce actores, dos de ellos se han convertido en asesinos infalibles. Arda Turan es el asesino silencioso y de gabardina. Se mueve por la escena como un galán, con las manos en los bolsillos y movimientos elegantes, pero cuando la acción pide barro, es capaz de desenfundar el revolver como el mejor de los gánsteres. Diego Costa es distinto. El delantero es la secuencia en la que a los matones los persigue la policía y el copiloto saca medio cuerpo por la ventanilla del coche, con un ojo cerrado y el arma bien agarrada, con temple y rabia para enfrentarse a la ley a metralla limpia. La ley del fútbol español que dice que Barça o Madrid han de ser los campeones.
El Atleti hace que me agarre a las aristas del sillón. Me ha vuelto a recordar lo importante que es un gol en el fútbol. Para los que vivimos aburridos por este sistema que han impuesto a la Liga Española, el Atleti es como God bless America. Es la sátira perfecta a la sociedad del fútbol, la misma que los años harán caer por su propio peso e indecencia. Es probable que el final sea insulso y lo peor de la película, pero el comienzo y el nudo ya han hecho que merezca la pena pagar por la entrada. Por eso, God bless Atleti.

Foto: God bless America