Un día un amigo se borró del facebook, dijo que estaba cansado y desactivó la cuenta, que es lo mismo que quemar todos tus papeles que acrediten alguna identidad. Mi amigo veía en el hecho un acto heroico, una forma de soledad, de juntar cuatro ropas y embarcarse en una furgoneta a ver mundo para encontrarse consigo mismo, como Sean Penn en Hacia rutas salvajes. Al tiempo volvió, cabizbajo y casi como pidiendo perdón, diciendo que <<necesitaba estar al tanto de la vida y hablar con algunas personas>>.
Siempre hay que volver a las cosas, es algo inevitable del ser humano, volver al punto donde se empezó todo, a lo oscuro. Por algo nacemos y por algo morimos. Morir no es otra cosa que volver al origen de uno mismo. A los escritores les sucede tres cuartos de la misma cosa: escriben, entran en crisis y a los diez meses, cinco años, cincuenta años, vuelven al papel aunque sólo sea para poner <<escribo como la mierda>>. Todos salvo Juan Rulfo. Es conocido que alguna vez un admirador lo instó a que escribiera más novelas, a lo que el autor de Pedro Páramo contestó, sorprendido, algo así como que ya había escrito dos novelas, y esas ya eran muchas.
Todo regreso viene acompañado de un rumor. No es una voz que te dicta, ni una señal ni otras gilipolleces del mismo estilo. Es como una carcoma, que te va mordiendo las entrañas despacito, o el estómago, que no es otra cosa que un precipicio muy hondo donde anida todo aquello que quiere venir de vueltas. Mucho mejor que yo lo explicó Rafael Alberti cuando escribió aquello de <<Estos rumores / estos leves susurros conocidos / de cielos, hojas, vientos y oleajes / son mis aires mejores, ya felices / o confesadamente melancólicos. / Vuelvo a encontrarlos, vuelvo / a sentirlos tan míos / después de tan alegres y cansados (..)>>
El caso es saber cómo y cuándo volver. Pongo dos ejemplos de futbolistas: Joaquín volvió al Betis entre vítores y loas, digamos que Sevilla lo recibió y se preparó para ello como cuando eras pequeño y tu maestra te concienciaba de que venía la Reina Sofía al pueblo. Entonces, cuando salías del colegio, veías al alcalde descorchar champán y lanzárselo por encima, y el pueblo era todo derroche, todo alegría y todo Bienvenido Mr. Marshall. Joaquín puede jugar bien o mal, eso es su elección, pero en el Betis siempre va a tener al utillero a su favor. Algo distinto sucedió con Dani Güiza. Jerezano de nacimiento, cuando las cosas iban bien lanzó obuses de plata a la afición del Cádiz, afirmando <<nunca jugaré en el Cádiz>>, o cuando jugaba en el Real Murcia, que declaró que le gustaría <<chafarle el ascenso al Cádiz>>, incluso cuando militaba en Primera y era internacional, envalentonado por la situación, llegó a decir que <<Cádiz era un pueblo de Jerez>>. Pero al tiempo un futbolista se hace viejo, y necesita volver a su tierra, aunque su tierra sea hostil. No le ocurre como a Rosa Chacel, que no sentía nostalgia de España cuando estuvo en el exilio porque la España victoriosa y franquista no era su España. Güiza fichó por el Cádiz, y en su presentación había gente que deseaba que dejara el mundo y que le decía cosas muy feas a su madre.
Uno de los personajes que he leído y que más asombro me ha causado ha sido el psicópata que orinaba en las iglesias en la novela 2666 de Roberto Bolaño. El hombre profanaba los altares con su orín y después de miccionar, permanecía rezando. A pesar de lo descarado de su ofensa y de su crimen, volvía una y otra vez a un altar para orinar y después rezar. Y en esas estoy, volviendo una y otra vez a este blog, quizás porque necesito a un editor que me meta a pobre, o quizás porque uno cree que escribiendo va a arreglar algo. El caso es que he vuelto a llenar el minibar y que las puertas están abiertas 24 horas. Descálcense y sírvanse una copa, son bienvenidos.

Foto: Rosa Chacel.