Uno se acoge a las tradiciones porque no hay más remedio, supongo. A mí la Semana Santa no me gusta, pero siento algo de alivio durante esos días, es como si el ánimo tuviera su propio ciclo vital. En Semana Santa mi estado anímico es el de la Semana Santa. Mi casa está situada en el centro de mi pueblo, Arcos de la Frontera -su Semana Santa es muy bonita-, y por las grietas de sus muros viejos siempre van a reposarse los antiguos compases de los clarines y las cornetas cuando llega el final de Marzo, el principio de Abril o finales de Abril -el calendario cristiano tiene sus propios caprichos-. Me gusta porque con nostalgia inevitable me devuelve a la parte que quizás más cariño me dé de la vida, la de los primeros besos. En esa semana los chiquillos lucíamos nuestras mejores galas y hacíamos la penitencia, aunque de manera muy hipócrita, porque nuestra verdadera creencia y verdadera fe era poder llevarnos a la chica que nos gustaba a un rincón acondicionado para el primer beso. La primera chica a la que besé fue un Jueves Santo, en mi casa reformada y con el incienso y los clarines y las cornetas de fondo. Era muy guapa -aún hoy me lo parece-, después todo sucedió muy deprisa.
Lo bueno de la Semana Santa es que no deja resaca, no es como la Navidad. A mí las Navidades me parecen fiestas muy alegres: las visitas lejanas, la familia, la buena comida y el buen vino, pero su resaca es muy dolorosa. En Navidad nos llueven las buenas intenciones, las calles están muy bonitas con sus luces y sus árboles bien decorados, sus noches especiales que celebramos hasta que al cielo le da por colorearse de gualda, Papá Noel y Los Reyes Magos. ¿El 7 de Enero? Lo gris, el medio cuerpo asomando por la azotea.
Son muy recurrentes los mensajes felices en Navidad, “el nuevo año cargado de ilusión”. Pero la verdad es que desde primeros de años -como desde el primer día de la vida- ya andan jodiéndonos: las mujeres no podéis decidir sobre vuestro embarazo y los españoles en el extranjero pierden algo de sanidad, y lo más importante, algo de dignidad. Pero eso va más allá de la resaca después de Navidad. Una tarde jugaba en el patio del colegio al baloncesto, un 8 de Enero. Cuando llevaba una hora jugando dije <<me voy a casa>>, y me marché, pensativo y cabizbajo. Yo no había bebido esa Navidad, pero tenía una resaca de la hostia. Llegué a casa y me senté en las escaleras de la azotea, con una revista, mientras el sol se escondía por la espalda de los edificios, esperando que una chica me llamara o sabrá dios qué cosas. Supongo que eso es la vida, esperar con el mentón apoyado en las manos hasta que pasen cosas.
Un buen alivio para la resaca es beber. Es probable que también sea un buen remedio para estos meses sin fiestas. Beber sentado en las escaleras de la azotea con una revista y encomendarse a Scott Fitzgerald. <<Bebo porque cuando ocurre pasan cosas>>, que decía. 

Foto: Elda Fitzgerald, Hemingway y Scott Fitzgerald.