Para que os abrigue en el centro de este invierno.

Como muchos saben, Leo Messi comenzó jugando en la banda derecha. Desde esa posición trazaba unas diagonales hacia el centro prodigiosas, rápidas como un calambre de luz, que normalmente acababan con un disparo colocado al palo o con un zambombazo, nunca se sabía cuál era la suerte que iba a correr el portero rival. Parecía claro que Messi se iba a convertir en uno de los mejores jugadores de la historia desde esa posición, el extremo derecha que a pierna cambiada descosía a las defensas. Pero los grandes rivales estudiaron la historia, y Guardiola buscaba la fórmula para que “La Pulga” fuera más peligrosa aún.
Cuenta Guardiola que a él le gustaba tener más hombres en el centro del campo que su rival, y sobre todo a sus mejores hombres, porque cuantos más hombres de calidad tuvieras en el centro, mejor podías pasarte el balón. Messi, escorado en la banda, tenía la función de recibir lo más cerca del pico del área posible, para encarar e inventar alguna pared, pero eso sí, siempre con la marca de un lateral y una cobertura más pendiente de que ese diablo travieso no recortara hacia dentro que del juego de su propio equipo. Al situarlo en el centro, Messi era doblemente más peligroso. Ya no hacía falta que el equipo tocara hasta llegar a su banda, porque podía participar directamente del juego asociándose con los otros dos jugadores de gran calidad que había en el equipo. Desde el centro, Messi era una materia incontrolable, los rivales no sabían cómo podían marcarlo. Si los centrales salían, dejaban demasiado campo a sus espaldas, si esperaban, demasiado espacio y tiempo para que un asesino de esa magnitud pudiera ejecutar. Ahí estaba Messi, convertido al centro y dominando aún más si cabe el terreno de juego. Siendo Messi y en el centro, es decir, como un niño revoltoso con tarros de cera y sin nadie que lo controle. El resultado de su conversión, ya todos lo conocen.
Otra conversión al centro que ha dado muchas alegrías a los aficionados al fútbol es la de Andrea Pirlo, pero este caso es distinto. En sus primeros años como profesional, Andrea Pirlo no fue ni una cuarta parte del jugador que todos sabemos que es. No era porque no tuviera calidad, era porque jugaba en el lugar equivocado. En el Brescia, Inter y Reggina la función de Pirlo era la de ejecutar desde el centro. Era el encargado de dar el último pase, y en esa posición de trequartista además de saber pasar bien el balón tienes que desbordar y tener algo de velocidad. A Pirlo, con ese aspecto desgarbado, en la posición de mediapunta le faltaba campo para pensar. Su lugar estaba en la sala de máquinas, justo antes de los defensas. Desde ahí era una brújula. A él no le gustaba ejecutar, le gustaba distribuir el balón para que los jugadores más determinantes ya se encargaran de asesinar al rival. Del centro donde tienes que mostrar artillería al centro donde se cuece la táctica, donde se contempla mejor la batalla y donde se decide cómo se juega. Ancelotti tuvo mucha culpa de que en la última década hayamos disfrutado de uno de los mejores centrocampistas que han existido al atrasarle la posición. Para mí, ese Milán no fue el Milan de Sevchenko ni de Kaká, era el Milan de Pirlo, porque a partir de él existía el juego y el equilibrio para que los otros dos machacaran. El resultado de su conversión, ya todos lo conocen.
Hay personas que no eligen estar en el centro, simplemente es un contrato invisible que firman con la vida por el mero hecho de existir. Son los padres. Juegan su partida desde el centro, pero no pueden elegir si jugarla de tres cuartos hacia delante o desde la retaguardia. Ni siquiera tienen a alguien que les diga en qué posición podrán explotar mejor sus virtudes. Sólo están ahí, solos en el centro, con la obligación de distribuir algunas veces y de ejecutar otras tantas, sujetando lo que les importa para de vez en cuando darse una alegría, sin salir nunca en la foto. En el centro, con el único fin de llenar de decencia su casa.