Hay tardes, antes de los partidos, que se parecen mucho a pozos
negros. Son tardes en las que atinas a tintinear una cucharilla en
una taza de café durante horas. Te sientas solo en el sofá porque
el resto de la humanidad te parecen demonios. No hay ningún consuelo
hasta que empiece el duelo. Ayer fue una de esas tardes, con la
salvedad de que unas horas antes del partido, salí a pasear por las
calles de Hannover porque teníamos visita. En el paseo nos
acompañaba la pequeña Victoria. Cuando andábamos a la altura de
Kröpcke, Victoria sacudió el bolso de su madre un poco asustada,
preguntando <<mamá, ¿quiénes son esos rubios?>>,
señalando a unos chavales que se acercaban en tropel hacia nosotros
con las camisetas de Alemania. Luego fuimos a cenar a un restaurante
griego, a unos diez minutos de mi casa. Mientras pedíamos la cuenta,
empezó el partido.
Brasil sacó la cabeza de Neymar, para que los alemanes se sintieran
asustados, como cuando Tom Hagen coloca debajo de la cama del
productor Jack Woltz la cabeza de su caballo favorito. Pero los
alemanes no gritaron mucho. Nada más empezar el partido, Julio Cesar
sintió un tic nervioso en los ojos. Los entrecerró, mirando al
frente, sospechando de algo. Creía ver, por los vomitorios del
estadio, la silueta de unos tanques acercándose. No podía ser
verdad. La película que ellos habían escrito era muy distinta.
Tenían la metralleta preparada para el que quisiera cogerla. Tenían
la metralleta preparada para la masacre. Tenían la metralleta bien
sujeta como Dadinho tenía una pistola bien sujeta para aniquilar
todo un puticlub entero. Por puro placer. Con maldad. La misma maldad
que Scolari inculcó a sus pupilos para el Mundial. Los jugadores de
Brasil realmente eran los Bad Boys del torneo. Pero el primer
disparo fue germano. Los sacudió. Se produjo sin que ningún
jugador brasileño supiera qué pasaba. Intentaban mirarse
sacudiéndose el polvo de los ojos. Sólo Julio Cesar había
sospechado algo. <<Son los tanques>>, pensó mientras
apartaba escombros para recoger el balón dentro de su portería. Pero no dijo nada porque no quería creerlo.
La camarera nos dio la cuenta de la cena. Pagamos con prisas. No nos
queríamos perder ningún detalle de lo que se antojaba como un buen
partido. Qué digo buen partido, un partidazo. Me relamía pensando
en la metralleta de los brasileños. En el camino a casa llovía y
eso lo hacía todo más trágico. Sólo tardamos diez minutos en
llegar. En el trayecto oímos gritos. Muchos gritos al principio.
Luego bocinas. Nos mirábamos porque no sabíamos qué pasaba. <<Han
pitado penalti y por eso gritan. Luego han metido gol y de ahí las
bocinas>>, dije. Luego oímos palmetazos en una espalda. Luego
oímos risas locas. Entré en la casa y encendí la tele. Alemania
ganaba 0-5. Por el césped, unos tanques muy verdes y que daban mucho
miedo se deslizaban como salamanquesas venenosas.
En la segunda parte, los rubios alemanes flirteaban, calzando botas
negras y con el macuto a la espalda, con las mujeres brasileñas.
Mientras, detrás de ellos, los tanques seguían su labor, unas veces
rozando el objetivo, otras veces atravesando el corazón de la
portería. Hasta dos veces más, como si no la hubieran liado ya
bastante. Las madres lloraban. Los niños preguntaban <<mamá,
¿quiénes son esos rubios?>>. El partido terminó. Brasil se
había encomendado a una metralleta y acabó mordiendo una frase
insípida de Paulo Coelho. David Luiz rezaba al cielo. Julio Cesar le
decía a sus compañeros, que lo miraban extrañados, como se mira a
alguien que balbucea y se da guantazos en la cara, <<yo los vi,
yo vi los tanques>>.
La derrota de Brasil es una de esas derrotas que los aficionados
repasan dos días después, tres meses después, diez meses después,
un año. Algunos pensarán: <<¿y si David Luiz no hubiera
dejado a Müller solo?>>. Otros: <<¿y si la vértebra de
Neymar no nos hubiese servido para cabeza de caballo?>>. Otros: <<¿y si una tormenta hubiera suspendido el partido?>>. Yo
todavía pienso que el cabezazo de Ramos pasa dando un lengüetazo al
poste de Courtois, y que Godín, tras el pitido final, se abraza
llorando a Simeone.
Foto: Thomas Müller.
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