Si os digo su nombre, quizás pocos lo conozcáis. De hecho, yo no lo conocía, pero la otra tarde leí un artículo en el que aparecía una historia relacionada con una famosa meada, y como si la memoria llevase mi pensamiento en un bólido, rápidamente me acordé de su figura pétrea. La anécdota que aparece en el artículo dice que John Lennon, en una estancia de Los Beatles en Hamburgo, propuso a sus compañeros mearle desde la habitación del hotel a unas monjas que pasaban por la acera al grito de <<¡Vamos a bautizarlas!>>. Yo no soy tan rápido como la memoria, pero en cuanto leí el artículo me vestí, me cepillé los dientes y evacué mis aguas menores, porque de casa hay que salir lavado y meado, más aún en este caso. Cuando me vi frente a él, lo primero que busqué fue su nombre. Diego Jiménez Ayllón constaba en la leyenda. Me pareció un hombre resignado, aunque el paisaje que le rodea y las tumultuosas noches que han contemplado esos ojos grisáceos tienden una mano a la benevolencia hacia ese personaje y hacen que lo mire con cierta pena por su ubicación
Diego Jiménez Ayllón (1530-1590) fue capitán de Los Tercios de Flandes, y al parecer luchó destacándose en la campaña del Adriático y en la guerra de Alemania. Quizás ya ahí era un soldado triste, con un aspecto desgarbado y unos ojos taciturnos, quién sabe si su semblante resignado no es sólo cosa del tiempo. A lo mejor, huyendo del desamor de alguna Donna Angelicata se embarcó en las maderas del poderoso Imperio Español, como los grandes hombres de la época, olvidando los pormenores dolorosos de la vida a base de cuchilladas y arcabuzazos. Además de soldado fue poeta, eso es lo único material que nos ha dejado, dos obras que responden a los siguientes títulos: Los famosos y heroicos hechos del invencible y esforzado caballero, honra y flor de las Españas, el Cid Ruy Díaz de Bivar, con los de otros varones ilustres dellas no menos dignos de fama y memorable recordación y Sonetos a illustres varones de éste felicísimo y cathólico exército. La primera obra mencionada está considerada como la primera publicación en lengua castellana de un poeta gaditano, ahí es nada. Además, fue regidor de su pueblo, Arcos de la Frontera.
Esas casillas en el currículo le valieron para que todavía guarde en propiedad un trocito de hierba rodeada de plantas en el pueblo. En medio del bucólico paraje, su estatua, con nombre y la fecha de nacimiento y muerte, para que ningún paisano de Arcos se olvide de su existencia. Quizás de ahí viene su pesadumbre. A lo mejor pensaba que los novi poetae de las postreras generaciones recitarían sus primeros versos a los pies de su talla. Sin embargo, los años trasladaron la zona de bares y discotecas al mismo lugar donde se encuentra su poética estancia, y su idílico hogar quedó encajonado entre el Bar Castro y la calle por donde los jóvenes acceden a éste y otras discotecas. Los únicos Tercios para gobernar ahí son los de botellines de Cruzcampo, su césped ha sido y es váter idóneo para que depositemos nuestros orines cuando la urgencia nos toca la puerta. Un día, allanada su finca por mis amigos y por mí, uno de nosotros dijo <<voy a mearle en lo alto>>, y allí que se puso con el bulto al aire y haciendo dibujos con el orín en su esculpida piedra, para deleite y regocijo nuestro. A lo mejor esa es su resignación. <<Para lo que hemos quedado>>, pensará.
Cuántas generaciones habrá visto su resignado gesto pasar enfrente de sus narices ebrias de alegría y jolgorio. A cuántos quinceañeros habrá visto con manos nerviosas subirle la falda a chiquillas dulces con sandalias. Cuántos hemos sido los que hemos vomitado en la casapuerta de su aposento, los que hemos hecho pis en alguno de sus árboles con un ojo en el chorro y otro en el asfalto por si llegaba la policía. Se acercan las navidades, y allí estará él, como siempre, con mirada dócil y la figura afligida. Al menos mírenlo y sonrían cuando pasen cerca suya, no sabemos cuál es el origen de su tristeza. Y por favor, no le meen encima.

Foto: Diego Ximénez de Ayllón.