Es muy entretenido ir en un vagón del metro. Es más entretenido aún
si vas en un vagón del metro que cruza la ciudad por las calles.
Además hay días, en esta primavera alemana, en los que el sol
consigue apartar forzosamente las dos columnas de nubes que oprimen
el cielo. Si el sol alcanza a triunfar en su labor pertinaz, aparte
de oír el suspiro de alivio de la ciudad, es interesante viajar en
un vagón del metro que cruza las calles esta vez soleadas. Lo digo
porque te sientas en la ventana en la que el sol puede colorearte la
cara, te adormeces con sus cosquillas cálidas hasta que se adentra
el metro en un túnel y te abofetea la oscuridad, pero no importa,
porque cuando vuelves la vista al vagón, ves a una chica cruzada de
piernas y riendo, no porque te hayas quedado dormido, sino porque
siente la juventud trepar, entre sus piernas cruzadas, por el césped
blando de sus sandalias.
Las sandalias son el mejor colorido que puede tener una ciudad.
Recuerdo abril en un césped de un parque en el pueblo. Los chicos
nos embrutecíamos hablando de películas de mafias, recreándonos en
esos personajes italianos que tienen de nombre Sollozzo, Blasi,
Corleone, Luchesse o Soprano, mientras las chicas estiraban al
lado nuestra sus piernas moviendo coquetas los pies vestidos con
sandalias, para llamar nuestra atención. Nosotros las ignorábamos
porque éramos pobres. Fue más adelante cuando concreté en mi
pensamiento que toda chica que llevara sandalias merecía la atención
de mis ojos. Una vez caminaba, mientras amanecía, con una chica.
Ella empezó a cojear, pero quizá el pudor evitara que no me diera
el aviso de que había un problema. Yo había apreciado su vestido
blanco, que resaltaba con su piel morena, pero cuando comenzó la cojera, miré sus pies, tallados a la perfección, pero dañados de
dolor porque se había roto una sandalia. Nos sentamos y agarré ese
pie con cariño, para que no se sintiera desahuciado porque su casa,
la sandalia, ya no tenía arreglo.
Una mujer con sandalias es la belleza de nuestra juventud, uno aún
se siente joven porque cuando llega esta época, alrededor tuya
abundan chicas con sandalias y sentadas en un césped. Pedro Sevilla
dejó de sentirse joven cuando miraba a unas jóvenes adolescentes con sus
amigas en sandalias. En Adolescencia, de su poemario Tierra Leve,
Pedro Sevilla nos dice lo siguiente: << Desde un exilio
impuesto por los años, / hoy has vuelto a una patria de donde ya no
eres. […] / Has vuelto de invitado a un solar que fue tuyo, / y
aunque ellas te dejen frecuentar sus guitarras, / y oler en sus
melenas el trigo de otro siglo, / sabes que es imposible, sin hacer
el ridículo, / someterse a su ritmo>>. La juventud estará perdida cuando tu espíritu ya no pertenezca a esas chiquillas, cuando no puedas acompañarlas sentándote en el suelo para mirarles las sandalias: <<tú
miras sus ojos, / sus cinturas desnudas como playas / para labios
piratas, sus sandalias, / o la forma que tienen de sentarse en el
suelo / y comprendes que es eso, la adolescencia es eso: / unos ojos
muy limpios, un verso arrebatado, / y el raro privilegio de sentarse
en el suelo / o andar casi descalzas por la calle>>.
La nostalgia de la juventud puede acrecentarse aún más si tienes
una hija adolescente. Uno, que se ha contagiado de los poetas que
añoraban la juventud, teme el momento en el que su casa esté
inundada de chiquillas con olor a cuero de sandalias. Teme, incluso, enamorarse de la mejor amiga de su hija. Es como en otro
poema de Pedro Sevilla, titulado Sensación de vivir, de su
obra La luz con el tiempo dentro, en el que dice: <<no
me provoques, hija mía: / no me traigas a casa tan dulces
quinceañeras / de inexplicables ojos, de miradas / aún más
inexplicables. Diles que no se pinten / los labios en mi espejo, que
no te presten ropa. / No metas en mi infierno a esos diablos / que me
tratan de usted. Sé buena hija / y evítale a tu padre el duro lance
/ de morirse de amor por tu mejor amiga>>.
Yo supongo que la muerte sonará a pasos de sandalias alejándose.
Publicado en Arcos Información (09/09/2016)
Foto: Marilyn Monroe y Dan Dailey.
Publicado el martes, abril 29, 2014
por
La enfermedad de las Turas
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