Cuando en la serie The Wire, Omar Little pedía
consejos a Butchie, el mundo se paraba. Butchie cumple
a la perfección ese refrán que dice más sabe el diablo por
viejo que por diablo. Privado de
la vista, desarrolló dos virtudes indispensables para cualquier ser
humano: la serenidad y la reflexión. Y si he dicho indispensables
para cualquier ser humano, más indispensables si cabe para los
personajes que habitan las calles de The Wire,
donde el silbido de las balas te hacen saber que una vida vale lo
mismo que una hamburguesa. Omar
se sentaba en la barra del bar de Butchie,
con mohín torcido, exponía el tema y esperaba a que su consejero
canalizara toda la información. El ciego, con la expresión en el
vacío que le otorgaban esos ojos que miraban hacia atrás,
aguantando el silencio sin dejar de darle brillo con un paño a un
vaso, dictaba la solución: la única y posible que su protegido
podía tomar para salvar su pellejo. El mundo comenzaba a funcionar y
los que temíamos por la vida del delincuente respirábamos mejor.
Pero yo no escuchaba los consejos de Butchie,
yo miraba sus ojos y pensaba en la niebla.
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Pero además de lluvia, en Hannover
ahora mismo una niebla suave se va apoderando de los tejados de las
casas. Camina lenta, para que la veamos llegar, y yo, con mi sien
apoyada en el frío ventanal, escuchando la metralla del aguacero, me
olvido de Machado y recito: las cuencas blancas de los ojos
de un ciego. Ninguna imagen se
asemeja mejor a la niebla que ese verso. Mª Jesús Ortega es la
artífice, una poeta más entre muchos poetas, cuyo libro seguramente
sólo conozcamos unos cuantos, pero que carga sus poemas de un dolor
y de un ritmo, que cada acento retumba en la cabeza como un martillo
golpeando un yunque. Las cuencas blancas de los ojos de un
ciego, un verso que pertenece a
un poema que dedica a la niebla en su libro Toque de
arrebato (Delegación de Cultura del Ayuntamiendo de Arcos, 2006). Una imagen
que me acompañará toda la vida; un poema que yo recitaba cuando
veía los ojos de Butchie
mirando al vacío.
Y es que es curioso este paisaje de
tejados verticales y de casas en medio del bosque. Miro la niebla y
veo ciegos paseando por las aceras, con sus cuencas blancas y andando
sin bastón porque qué más cómodo que andar por la niebla si tus
ojos son la niebla. La niebla de Mª Jesús. Que ahora también es la
mía. Que llega con su espíritu de nubes y de sombras, te hace temer
y apartar la vista de la ventana, porque viene con la melena suelta y
un vestido blanco y una risa loca, envolviéndolo todo, metiéndote
dentro de ella, cumpliendo su propósito: el recordatorio espeso de
que no estamos en ninguna parte.
Foto: Omar y Butchie.
Foto: Omar y Butchie.
NOTA: Éste es el poema al que se hace mención en el artículo.
Niebla en el castillo de Fatetar
Parece que no estamos en ninguna
parte.
Tras los cristales, el vacío
mojado,
las cuencas blancas de los ojos de
un ciego.
Huele a moho.
Sobre las mesas corretean en
espíritu puro
sombras y nubes.
Dan ganas de arrimarse a alguien
y hay espanto,
un espanto blando y muy secreto
que prefiere correr hacia lo oscuro,
echar las persianas,
cualquier cosa antes que levantar la
vista
hacia esas ventanas sin sentido,
huir del despiste temprano
de este extravío correoso.
No hay más remedio que hacerse el
loco
y negar el saludo a los cristales
que retienen como pueden ahí fuera
la lechosa exageración que es hoy
la niebla
y su recordatorio espeso
de que no estamos en ninguna parte.
Mª Jesús Ortega, Toque
de arrebato, 2006.
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