Mi padre creció sin padre y eso siempre me resultó muy extraño. Mi
abuelo murió trabajando. Cayó por un boquete y se mató. Nunca
conocí a mi abuelo paterno, pero le tuve mucho miedo. Mi casa
también era la casa de mi abuelo y de mi padre. Para subir a mi casa
hay que pasar por un pozo que antes estaba tapado por un barreño de
metal, el cual no abarcaba todo el boquete y dejaba las esquinas
libres. Mucho tiempo estuve pensando que cuando pasara al lado del
pozo la mano de mi abuelo resurgiría por una de las esquinas, una
mano gris y huesuda, y me absorbería a la oscuridad como una
lagartija absorbe una mosca.
Mi padre nunca me ha hablado de su padre. Ahora sé que es porque
duele mucho. Yo crecí sabiendo que había un abuelo, pero también
he crecido sabiendo que existe La Muralla China. Muchas veces, mi
padre se sienta en el patio de mi casa a dibujar, pero no dibuja.
Entonces me imagino que piensa en su padre, que le diría las mismas
cosas que él me decía a mí, como que cuando se acercara una avispa
le enseñara la lengua y me la apretara con los dientes para que no
me mordiera. Mi padre dibuja bien y está aprendiendo rápido. Me
enseña sus cuadros con devoción y riendo. Yo a todos le asiento.
Algunos no me gustan, pero otros son muy bonitos. Mi padre nunca
estudió arte en la escuela pero sabe de Monet y Van Gogh y Cézanne
y Manet y Renoir y yo muchas veces le digo que en el agua de la
Puesta de sol de Monet parece que hay boñigas de cabra,
aunque a decir verdad no le digo boñigas, le digo que parece que hay mierdas de cabra, a lo que él sonríe y me dice que el Impresionismo
es lo mejor y yo no le contradigo porque a mí también me gusta.
![](https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhwMKIGpTbRnUeaV5T6Nwgn9stFvCr1aZ8MS2ySfxVPx1asBSh6bxzHbRgH60KJoi6ewJLTKVuc42ttTZrh2rzewirKpdJ1PJXsCd401yzT6C7U3WQeKrtcx1u0YEKIOqNEbBkudQkQx04/s1600/robert+de+niro+y+sonny+tura+29.jpg)
Nunca he visto llorar a mi padre, aunque una vez lo escuché, o eso
creo. Su hermana se había puesto muy enferma y creo que él lloraba
en la cocina de mi casa. Me sentí como con bruma en el pecho y fui a
casa de mi primo para preguntarle si él también había escuchado a
su padre llorar en la cocina. No es la única vez que he sentido como
bruma en el pecho al escuchar a mi padre. Antes acostumbraba a leer
mucho por las madrugadas. Muchas veces leía tantas horas seguidas
que apartaba la vista del libro cuando oía el despertador de mi
padre. Entonces me apresuraba a mi cama, con el libro de García
Márquez, de Cela o de cualquier mierda que estuviera leyendo en ese
momento, debajo del brazo, porque sabía que si mi padre lo veía
rodando por el sofá, descubriría que me acababa de acostar porque
él se había levantado, y al día siguiente se cagaría en la madre
que me parió y en la madre que parió a Cela y García Márquez.
Cuando estaba en la cama, veía a mi padre, por la ventana de mi
habitación, sacudir en la pileta del patio sus zapatos del trabajo
manchados de polvo, para ponérselos algo más limpios. Eso me daba
mucha pena porque no quería que mi padre se tuviera que levantar tan
temprano para ir a trabajar. Me gustaba pensar, agarrado a la
almohada, que mi padre se marchaba cagándose en la madre del
trabajo, de los pájaros que empezaban a cantar y en los santos
difuntos de la jodida y perra vida.
Foto: Una historia del Bronx.
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