En el mejor de los casos, los cobardes, somos conscientes de que
estamos ante un peligro. No somos como Tony Soprano, capaz de hurgar
durante días con la mirada las acciones de los que le rodean,
sabedor de que algún peligro está por venir. Mediante la
radiografía meticulosa, reflexiva, Tony Soprano es capaz de
anticiparse al peligro. Una vez Dostoievski estaba en peligro y
también supo anticiparse. Se encontraba endeudado y Stellovski, su
editor, le exigía la entrega inmediata de una novela, de la que el
novelista recibió un anticipo que no tardó mucho en fundirse,
probablemente en el juego. Por recomendación de un amigo,
Dostoievski contrató los servicios de una secretaria, Ana
Grigórievna -que más tarde sería su mujer- , para que escribiera a
todo trapo lo que el ruso le dictara. En una semana Dostoievski
terminó El jugador.
A falta de unas horas para que terminara el plazo, fue a entregársela
a Stellovski, pero el editor no se encontraba, había salido de
viaje. Los cobardes nos hubiéramos secado el sudor de la frente ante
la mirada insensible de una secretaria. Dostoievski adivinó que los
planes de Stellovski eran apoderarse de sus derechos como novelista,
apretó el manuscrito contra su cadera, dio la media vuelta y entregó
la novela en la comisaria del distrito para que constatara que su
parte del trato se había cumplido a tiempo.
![](https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEghb0i3gGChTWfRuPpLAK3RaDp-ErEWxt5TrayMmhUxPyRxQrflObzBzPq4uEOTyIA-YoHKKZR7Vw4U4obP6EWb8PHzyN8Tx9fqtSgw-0XASIgi7hOuqGtDVgYtdZe8MCuNdcyvNilayso/s1600/luca+brasi+2.jpg)
Marian y Virgina llegaron más tarde. Le explicamos lo ocurrido como
una miserable anécdota. Todos reíamos y hablábamos sobre qué
íbamos a hacer para cenar. <<¿Qué tenéis pensado hacer con
esta cebolla que está cortada?>>, dije. <<Yo no he
cortado cebolla>>, contestaron los tres. Nos miramos y nos reímos,
pero muy nerviosos. Un señor borracho había estado jugando con un
cuchillo en la cocina de nuestra casa y nosotros ni lo habíamos
sospechado. Yo intenté tirar la cebolla que había en la cacerola,
pero sentía mucho asco. Después del susto inicial, intentamos
dejarlo pasar, pero el viejo había entrado por las rendijas de
nuestro miedo como un hongo en la piel, sin que apenas te dieras
cuenta. A los días siguientes parecía que todos lo habíamos
olvidado, pero mientras fregaba los platos, Virginia preguntaba
<<¿qué aspecto tenía?>>, o Marian <<¿y qué te
dijo?>>. El borracho se había instalado en la casa junto con
la monotonía, yo aún no era consciente de que estaba frente a un
peligro, soy ese tipo de cobardes que advierte que la cosa va en
serio cuando el cuchillo ya ha perforado el vientre.
No sé cuántos días pasaron hasta llegar a hace cuatro noches. En
el silencio, Hemmingen no suena a grillos, suena a cuervos. Cuando
oyes un cuervo en lugar de la película que estás viendo es porque
algún peligro te preocupa. Pero ya os he dicho el tipo de cobarde
que soy. Oímos la cerradura de la entrada y sin decirnos nada nos
pusimos de pie. Abrí la puerta de mi habitación y la casa estaba a
oscuras, pero yo sentía la presencia de alguien. Imaginé cómo
actuar: Me escondería detrás de la puerta de la cocina, el intruso
no me vería ni sabría que estaba fuera de mi habitación, y cuando
lo localizara bien, en el momento en que intentara hacernos daño, lo
atacaría por detrás con una tanza de pesca y lo estrangularía,
como Sollozzo con Luca Brasi en El Padrino. La puerta del
cuarto de baño se abrió y apareció Zeus, que venía de la calle.
Me encontró lleno de pánico y concentrado para actuar. <<Pensé
que eras el viejo que peló la cebolla>>, le dije. <<Joder
macho -me dijo Zeus con acento madrileño-, puto viejo, nos está
jodiendo la vida>>.
Foto: El Padrino I.
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