Uno puede pensar que una de las formas más sublimes de sentir
soledad es mirar la lluvia. Un error desmesurado. La lluvia puede ser
solitaria cuando vives en un pueblo donde llueve diez veces al año.
Si vives en Alemania, o en Inglaterra o en Galicia, la lluvia alcanza
la misma cotidianidad en tu ser que los libros, y nunca me he sentido
solo leyendo un libro. Yo, la mayoría de las veces que me siento más
solo es en los bares, rodeado de gente, bebiendo hasta casi
atragantarme, siguiendo conversaciones que me importan un comino,
riendo incluso con esas conversaciones, pero muy solo, como si
estuviera metido en un búnker. No hablo de infelicidad. La
infelicidad sobreviene cuando no puedes abrir la tapa del yogur, o
cuando no recuerdas un número de teléfono. Hablo de sentirse solo,
tan sólo que te dan ganas de gritar.
La otra tarde a Hanóver pareció llegar el verano. Es lo más
parecido a un espejismo que he visto. Cogí una manta, un libro y la
bici y me marché a uno de los lagos alejados de la ciudad. Por
supuesto, mucha más gente había pensado que aquello era un regalo
de la naturaleza y también quiso participar de la fiesta. Al lado
mía había un grupo de quince jóvenes. Al principio no llamé mucho
la atención, pero cuando se percataron de que llevaba una hora sin
levantar la vista del libro que leía, observé que murmuraban sobre
mí. Uno de los chicos me preguntó que de dónde venía y le
contesté mi procedencia en un alemán mal pronunciado, casi sin
apartar la vista del libro. Les di un argumento más para que
sospecharan de mi rareza.
![](https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhtrrhYdSTdN9ZLMGoUb8UVJzIUsU7N7FlxNqJm5KkXC0ukTZH5vRLGJuYjBnLkSBlGbeAOmbqFOL-Am9HB_KIrrRKdC0Hu5fNvdsK_-F10ZEO99DjwNGey-AIGHFCAgtgJBu5bkrpvdkM/s1600/Old+boy+Tura+25.jpg)
Mientras me duchaba sentía un picor extraño por la espalda, como si
una hilera de hormigas estuviera campando a sus anchas. Después de
la ducha me dirigí a la cocina y dejé unas cuantas migas de pan
encima de la encimera, por si alguna hormiga acudía a buscarlas.
Esperé una hora, pero las migas de pan no eran suficientes para las
hormigas de Alemania. No era como en mi casa de España, en Arcos de
la Frontera, donde si dejabas una miga de pan encima de la encimera,
un ejército de hormigas acudía en tropel para transportarla.
Recuerdo una vez que me sentía muy solo. Era una tarde de verano, de
esas en las que si mirabas a la calle el pueblo parecía no existir,
y dejé unas cuantas migas de pan encima de la encimera. Al minuto,
decenas de hormigas llegaron voraces al festín como una excursión
de jóvenes ingleses. Yo me quedé en medio de la cocina, en
calzoncillos, mirando las hormigas transportar migas de pan hasta
perderse por orificios de la pared imperceptibles, con una tristeza y una soledad agolpadas en la garganta como un puño, y acordándome de Old Boy,
la película surcoreana de Chang-wook Park, cuando Mido le dice a Oh
Dae-Su: <<Cuando uno está solo ve hormigas. He conocido
personas muy solitarias, y todos han visto alguna vez hormigas>>.
Es cuando supe que no hay nada más terrorífico y solitario que
enfrentarse a una hormiga.
Foto: Old Boy.