Aunque parezca que el tiempo siempre es el mismo, ya hace más de una
década en la que nuestra generación se acoge a los videojuegos como
un soldado se amparaba en un cigarro para arañarle unos minutos a la
vida desde su trinchera. A su vez, ya llevamos más de una década
siendo futbolistas aunque sea tan sólo durante unos cientos de
segundos, porque si algo tienen de especial esos videojuegos, es su
capacidad de ilusionista para transportarnos desde el salón de
nuestra casa hasta San Siro, Old Trafford o el Santiago Bernabéu.
A veces, mientras manejo tácticas y ambiento mi juego para asaltar
algún estadio extranjero con mi equipo, irrumpe en el patio de mi
abuela un pequeño diablillo llamado Aitana, toda llena de fuerzas y
de nervio y con el único objetivo de hacer corretear a mi abuela y
de desperdigar sus muñecos por el patio. Mi casa es una casa
andaluza tradicional, presidida por el mencionado patio con sus
macetas -las cuales mi abuela cuida con mimo-, con una orquesta de
pájaros y en un tiempo ya remoto para la memoria de nuestro hogar,
con un enorme jazmín que se levantaba imperial en el centro de su
arquitectura. Nada más cruzar la casapuerta, a la izquierda, una
veintena de escalones conducen a la puerta que ha visto crecer a mis
hermanos.
![](https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhvzXVuTIizz_3-ubH2ybD3_LpsK7RwvebGZvAX0ZqBAJ4vDcEa3kOKgaeFjr4Zm5k7IZW-nudVztnSZWdth5jQI3njzz4HwNzSJxvwO957JP6xiWgGkN-s73VXSlFGL_jM-2J22wIXoKo/s1600/psg+ginola-bar%C3%A7a+1.jpg)
Nuestra capacidad de ilusionistas era aún mayor que la de los
videojuegos actuales. Planificábamos la temporada, escogíamos a los
equipos del Viejo Continente que más nos emocionaban y dedicábamos
la tarde a jugar nuestra propia Copa de Europa. Había un rival al
que le teníamos especial manía, y era el París Saint-Germain,
porque entre las desgracias más dolorosas que recordábamos a
nuestra temprana edad, había una inolvidable, y era la derrota sufrida dos temporadas antes en el Parque de los Príncipes por el PSG de Weah, Ginola y Luis Fernández, con la desafortunada
participación del portero blaugrana Busquets.
Claro está que los cruces los elegíamos nosotros, y a los
victoriosos también. El patio de nuestra casa se llenaba de vítores
cuando cruzábamos el túnel de los vestuarios. Nuestros rostros eran
serios, implicados profundamente en derrotar a los franceses. Las
hojas del jazmín, que se extendían por el patio, simulaban una
nieve suave y eso nos hacía concentrarnos aún más, porque además
de luchar contra un equipo bien armado, teníamos que combatir el
frío de París. El balón echaba a rodar y las macetas se tronchaban
ante los balonazos. Calculábamos el tiempo para acabar el partido,
siempre antes de que llegara mi abuela de la misa y nos correteara
esta vez no para jugar con sus nietos, sino para reprocharnos el
estado en el que le dejábamos las plantas que con tanta devoción
cuidaba. Nuestra madre, cuando oía a mi abuela, nos reclamaba para la
ducha. Nosotros subíamos las escaleras exhaustos, con olor a
jazmines pisoteados, pero sonrientes y triunfantes porque habíamos
conquistado París, y además, nos habíamos proclamado Campeones de
Europa.
Foto: PSG-F.C.B. Barcelona (1995)
Foto: PSG-F.C.B. Barcelona (1995)
muy buenos recuerdos, enhorabuena por el artículo. cuantos recuerdos y cuanto tiempo a pasado.
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