Hay veces que quiero leer demasiado. Es una vorágine incontrolable
que me acerca a un abismo de letras, que te pone en el centro de un
huracán donde acentos, puntos, comas y párrafos aletean golpeándote
la cara como peces furiosos. Tiendo a recoger todo libro que esté a
mi alcance. Hace poco, una amiga iba a tirar una colección mala,
horrorosa en la forma, de esas que tu madre compra para rellenar el
hueco de una estantería. «¿De
verdad quieres quedarte con ellos? -me objetó-. Son muy feos».
Yo los miré por si el arrepentimiento me tendía una mano noble,
pero le contesté que algo
se podría hacer con ellos, sobre todo olerlos.
Para controlar el desorden que me
provoca querer aunar tantos libros, me voy a las bibliotecas. Los
paseos por los pasillos de las bibliotecas son lo más parecido a una
fiebre mortal. Abro los libros y leo los párrafos iniciales, los
huelo, los cierro, camino, leo un poema, lo huelo, camino. Una hora,
tres veces a la semana, con la desconfianza de los que están a mi
alrededor. A veces pienso que me imaginan como un pervertido
huelebraguitas.
Más tarde, cuando una edición es inquebran-tablemente buena, le
acaricio la solapa, toco su papel y la deslizo silenciosa por mi
cartera de cuero. Robar libros es la forma de ejercitarse para los
que vivimos en la butaca con la espalda encorvada.
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La
sorpresa me llegó cuando me di cuenta de que no era el único que
tenía el afán de quitar libros. Hay todo un mundo de escritores que
han sucumbido a la práctica. Incluso se ha teorizado al respecto.
Roberto Fresán, en un artículo publicado en Radar
Libros,
afirma que «robar libros es, en realidad, una forma deportiva de la
literatura», y añade en un aparte: «Cuando se roban libros, uno es
persona y personaje». Hay algo místico en el acto de escabullirse
de una librería con un libro temblando en el bolsillo de tu
chaqueta. Los libros robados pasan a ser tus cómplices en el momento
que son alumbrados por el flexo. Roberto Bolaño también fue un gran
atracador de libros. En un artículo en el periódico El País,
cuenta cómo una vez lo atraparon robando uno. «Mi detención
fue ignominiosa. Parecía como si los samurais de la librería
hubieran puesto precio a mi cabeza. Amenazaron con expulsarme del
país, con propinarme una madriza en el sótano de La librería del
Sótano, lo que a mí me sonó como si aquellos neofilósofos
hablaran entre ellos de la destrucción de la destrucción, y al
final, tras larga deliberación, me dejaron en libertad no sin antes
apropiarse de todos los libros que yo llevaba, ninguno de los cuales
había sido robado allí». Hay quien está en contra del robo de
libros. Desde aquí les digo que vale, que muy bien. El acto de
propiedad indebida va más allá de lo explicable. Lo único que
puedo hacer es pedir perdón, sobre todo a mi exnovia. Prometo no
devolverlos.
Artículo publicado en Andalucía Información (24/6/2016)
Foto: Loui.