Pocas cosas existen tan hábiles como ser un torpe. Estoy seguro de
que hay gente que si le dieran a elegir, escogería ser torpe. No es
mi caso, por supuesto, la ineptitud lleva agarrada al bolsillo
trasero de mi pantalón, como una niña asustada agarra el de su
padre, prácticamente desde que sé comer con tenedor. A mí no me
pesa, es más, la considero fatalmente bella, un signo de muerte
trágica capaz de dejar un cadáver con aspecto de majestuoso
sosiego, como el de Kevin Spacey en American Beauty. Sin
embargo, la torpeza es molesta para el pequeño mundo que te rodea.
Mi hermano, con el que comparto habitación, es quien especialmente
sufre las consecuencias de lo que yo considero como un don. Suele
colocar todas las noches, en las mismas coordenadas, una botella de
agua para calmar la fatiga del sueño. Uno, que acostumbra a leer y
ver cine de madrugada, intenta ser sigiloso cuando entra en la
habitación, aunque no hay día en que no derribe la botella de agua
y provoque un estruendo en el silencio, parecido al de un ejército
de elefantes intentando conquistar la casa.
Hace unos meses, cuando vivía en Alemania, un murciélago se coló
por una pequeña rendija de nuestra habitación. Yo nunca me hubiera
dado cuenta de que semejante animal estaba sobrevolando la cabeza de
Marian y la mía mientras veíamos una serie, hacíamos el amor o
sabrá dios qué tonterías más. Fue Marian quien empezó a
señalarme, azuzada por el pánico, un bulto negro que intentaba
escapar dándose cabezazos con el techo. Cuando consiguió caer al
suelo, se encontraba totalmente destrozado. Aun así, no fui capaz de
atraparlo. El murciélago, magullado y moribundo, me tenía ganada la
batalla psicológica, para desesperación de Marian, que ya bastante
tiene con tener que abrocharse el sujetador ella solita porque yo soy
incapaz.
![](https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEh2fHDslcXhrCd6WlA9iIKSMQdrfWP4hOKPXr3oNmbRORG49jWqES-WlfuHTWRad1umFuWBnSTgIAX_77D66wuP4rg9bOn5XHRcXy2eztR86j49jECtCxkc2wNRFPOShryeSZF3unbQqVE/s1600/american-beauty-kevin-spacey-lester-burnham.jpg)
Una mañana, cuando rondaba los 14 ó 15 años, edad en la que
empiezas a comprender de la pasta que vas a estar hecho, mis padres
decidieron llevarnos a la playa de Cádiz. Hay días en los que el
desastre se te mete en la garganta desde que despiertas, y esa mañana
era uno de esos días. Nada hacía presagiar que un lamentable
incidente iba a dejarme el sabor de la acritud, provocada por la
certeza de que vas a ser un torpe, en los labios. Cuando estábamos
divisando un lugar en el que depositar nuestros tiestos de playa, nos
dimos cuenta de que en esa zona era imposible. Mis padres empezaron a
ponerse nerviosos, y querían salir a toda prisa de aquella parte de
la playa, claro que eso no era tarea fácil. Enfilamos hacia la única
salida que nos ofrecía el recinto, pero estaba tan frecuentado que
nos era casi imposible dar un paso. Para colmo, la resaca -una resaca
que ahora recuerdo como se recuerda la primera vez que tocas a una
mujer- empezaba a agarrarme de las piernas fuertemente. Sin embargo,
mi padre vislumbró una enorme rampa por la que cortar -él era el
único que pensó que eso era posible- camino. Agarró la nevera con
una mano, con la otra una bolsa pesada, y debajo de una de sus axilas
la sombrilla. Se encaminó pendiente arriba sin que ninguno de
nosotros pudiera discrepar sobre su idea. Cuando casi consiguió
remontar la rampa entera, aprecié que no éramos los únicos que
presenciábamos la gesta, un nutrido grupo de curiosos observaba a mi
padre batirse contra la gravedad. Entonces perdió pie. Logró
posicionarse para emprender la pendiente hacia abajo, a pesar del
peso que llevaba encima, que hizo que alcanzara una velocidad
peligrosa. Mientras se deslizaba por la empinada bajada, mi madre
murmuraba para sí <<no, si al final hemos venido a matarnos>>.
Mi padre consiguió salir airoso físicamente de la batalla, pero el
honor de su cordura quedó seriamente lastimado. Nos dirigimos a la
salida del recinto con la cabeza gacha, mi madre pensando en la
vergüenza, yo pensando en que así iba a ser incapaz de tocar nunca
un instrumento.
Foto: American Beauty.